Las emociones
Uno de los pilares de la psicoterapia humanista integrativa es el trabajo con las emociones y, en mi opinión, uno de los temas más importantes a trabajar en terapia con el paciente. Con este artículo os invitaré a no dar por sentado un tema que es más complejo de lo que parece y a profundizar en los aspectos que yo considero claves en este ámbito, mientras desmontamos algunas creencias limitantes que existen en torno a este tema.
La realidad con la que me he encontrado es que hay un desconocimiento general de la función psicológica y biológica que tiene cada emoción, de cómo se relacionan estas con el cuerpo y qué maneras hay para liberarlas. La psicoeducación emocional con los pacientes será fundamental para evitar y eliminar juicios y creencias limitantes.
Dando un paso para atrás, ¿qué es una emoción? El término emoción procede del latín y significa “el impulso que induce la acción”. Por lo tanto, y partiendo de esta definición, la emoción no deja de ser energía que genera el cuerpo como respuesta adaptativa a una determinada situación. Es una reacción psicofisiológica y, por lo tanto, la sentimos en el cuerpo, convirtiéndose en su reflejo. Las emociones se manifiestan de manera tangible en nuestro cuerpo y favorecer su expresión y liberación será clave en el proceso terapéutico ya que si no se pueden quedar atrapadas, generando una carga emocional que seguramente afectará a nuestra energía, vitalidad y a la gestión de nuestra vida diaria.
Aprovecho esta introducción para comentar para qué sirve cada emoción, sirviéndome del modelo de las emociones que nos aporta la Psicoterapia Humanista Integrativa (PHI). El PHI distingue seis emociones básicas que son el miedo lógico, el amor horizontal, la rabia, el poder, la tristeza y la alegría. También distingue dos emociones profundas, el amor parental y el miedo existencial. El amor nos permite vincularnos a otras personas, animales u objetos y así poder mantenernos vivos. La alegría nos ayuda a regular el estrés, a tener una buena autoestima y a tener mejor disposición para afrontar los problemas. La tristeza nos ayuda a parar y a centrar la atención en nosotros y nosotras mismas. Favorece la introspección, la búsqueda de apoyo social, el análisis de lo que ha pasado, entre otros. La rabia, cólera o ira es una emoción muy enérgica (alta activación de energía) y nos ayuda a defendernos y a poner límites. El miedo nos ayuda a ser precavidos, a ir con cuidado y a poner atención. Así pues, necesitamos estas emociones básicas que nuestra mente y
nuestro cuerpo son capaces de sentir, para adaptarnos a la diversidad de situaciones que conlleva el hecho de estar vivos.
Mitos sobre las emociones “Las emociones son mentales”
Las emociones las sentimos en el cuerpo y conllevan un proceso fisiológico. Un equipo de investigadores finlandeses de la universidad de Aalto creó el primer mapa corporal de las emociones humanas. Lo interesante de este mapa es que tiene bases biológicas y es universal, y representa la unión directa entre emociones y cuerpo. Según Lauri Nummenmaa, profesora de neurociencia y líder de este equipo, “las emociones ajustan no sólo nuestra salud mental, sino también nuestros estados corporales”. En el estudio se observa que las emociones que se viven de manera más intensa en el cuerpo son el amor y la alegría, y que las emociones básicas se relacionan con sensaciones en la parte superior del cuerpo. Según mi opinión, este estudio corrobora el hecho de que las emociones se trabajan con y desde el cuerpo, y que su abordaje no puede quedarse relegado a lo meramente mental y cognitivo. Trabajando ciertos aspectos fisiológicos de nuestro cuerpo, como por ejemplo la respiración, podremos incidir de una manera muy beneficiosa en nuestras emociones.
“Hay emociones positivas y negativas”
Sin duda, el primer error que cometemos en torno a este tema es el de clasificar las emociones en emociones positivas y negativas. Esta manera de referirnos a ellas ha calado profundamente en nuestra sociedad, generando un impacto negativo más significativo de lo que nos imaginamos. Sería similar a clasificar las emociones en buenas y malas. De todas maneras, si no perdemos de vista el hecho de que estamos extremadamente bien diseñados, ¿qué sentido tendría tener la capacidad de sentir y expresar emociones que únicamente nos hacen daño? En realidad cuando nos referimos a emociones positivas y negativas lo que estamos diciendo es que hay emociones que nos gusta más sentir, que serían todas las relacionadas con la felicidad, y las que nos generan más conflicto (o que nos cuesta más sentir y sostener), las relacionadas por ejemplo con la tristeza, la rabia, la culpa y el miedo. Me parece importante entender que no se trata de sentir lo que nos apetece más sentir, sino de sentir la emoción que nos conviene en ese momento y, en caso de que nos cueste sostenerla, como podría ser por ejemplo el miedo, trabajarlo para poder acompañarnos lo mejor posible a través de esa emoción. El problema de esta clasificación es que nos lleva a reprimir ciertas emociones al querer evitarlas y, como consecuencia, que
no haya resolución emocional del conflicto en cuestión, teniendo que vivir con sufrimiento o malestar.
Por lo tanto, es importante contar con flexibilidad emocional, que es la capacidad de ajustarnos emocionalmente a los acontecimientos que se nos vayan presentando.
“Estoy bien si estoy siempre feliz”
Otra creencia limitante con la que me encuentro es “estoy bien (sano a nivel mental) si estoy siempre feliz”. Estar sano a nivel mental, psicológico y emocional no significa estar siempre alegres o satisfechos con la vida, sino tener flexibilidad emocional como comentaba con anterioridad, es decir, tener la capacidad de sentir una gran diversidad de emociones en función de la situación que estemos atravesando y no volvernos rígidos. Querer vivir siempre alegres sería como querer vivir siempre en primavera, y necesitamos también de las otras estaciones del año para poder regularnos y equilibrar el gasto de energía. No olvidemos que no todas las emociones gastan la misma cantidad de energía y que vivir siempre con alegría acabaría con nuestras reservas energéticas.
“Esta emoción está prohibida, está mal si la siento”
Un aspecto que me parece importante mencionar y que lo he observado también en los pacientes es el tema de las emociones prohibidas. Por ejemplo, tengo el caso de una paciente que por su historia de vida bloqueaba la rabia. Su padre y su madre, sin hacerlo de manera intencionada, a través de mensajes explícitos (“no te enfades, se te pone la cara fea”) y mensajes implícitos (ignorarla durante un tiempo cuando se enfadaba) provocaron que mi paciente sacara la conclusión inconsciente de que el enfado en su familia no estaba permitido, generalizándolo también fuera del núcleo familiar. Empezó a sustituir esta emoción por la tristeza, que era socialmente aceptada. Llegó a mi consulta, ya siendo una adulta, con la enorme dificultad de enfadarse y de poner límites. Sentir tristeza en las situaciones que en realidad le generaban enfado la llevaban a un estado emocional de fragilidad, indefensión y desamparo permanentes. Empezamos a trabajar la emoción de la rabia, no sin antes haber pasado por un proceso de desestigmatización de esta emoción, favoreciendo que conectara con su energía, fuerza y poder. La emoción de la rabia conlleva mucho prejuicio y suelo escuchar regularmente la frase de “no está bien enfadarse y, si me enfado, significa que soy mala persona”. Sin embargo, es precisamente bloquear el sentir lo que crea el verdadero malestar.
“Tengo energía ilimitada”
Personalmente considero que es útil para los pacientes tomar consciencia de su energía, del hecho de que no es ilimitada y de que diariamente tomamos decisiones, de una manera consciente o inconsciente, de en dónde y en quién la invertimos. Todo lo que pensamos, sentimos y hacemos requiere de energía, sino no lo podríamos llevar a cabo. Los procesos emocionales requieren de energía, por lo tanto, por ejemplo, enfadarnos, “no nos sale gratis”. Y no solo necesitamos poner consciencia en cómo se nos va la energía sino también qué actividades, vivencias, maneras de funcionar… nos ayudan a preservarla y a regenerarla. Una persona que por el momento vital en el que está invierte una gran cantidad de energía en trabajar y estudiar, tendrá que aceptar el hecho de que su vitalidad probablemente será menor a que si estuviera pasando por un periodo menos agitado. Para referirnos a la vitalidad usamos también el término de energía emocional. El dar siempre el 100% de energía en todo, no siendo capaz de regular qué cantidad de energía necesita cada cosa, nos agota. El rumiar y dar vueltas constantemente a una preocupación, un asunto que tenemos pendiente, estar a la defensiva con las personas de nuestro entorno… son ejemplos de gasto energético.
“Necesito siempre a alguien que me regule”
Esta creencia inconsciente es la base de muchas relaciones de dependencia. Si yo desconozco que tengo la posibilidad de auto calmarme (o regularme, como usamos de manera habitual en psicoterapia) y desconozco cuales son esos recursos internos propios de los que dispongo, tendré siempre la sensación de necesitar a alguien para estar estables. Las personas con las que tenemos un vínculo afectivo son grandes reguladoras de nuestro mundo interno emocional. Tomar un café con una amiga que nos escucha, poder llamar a mi madre para contarle lo que me ha pasado, abrazar a mi pareja… Cada una de estas pequeñas acciones nos ayudan a regular nuestras emociones. Y es maravilloso que así sea siempre y cuando no sea nuestra única fuente de regulación y siempre y cuando no nos haga olvidar que como seres humanos ya disponemos de la capacidad propia de regulación y de encontrar la homeostasis (equilibrio). Será clave explorar y entrenar con el paciente diferentes opciones de regulación emocional.
“Me siento emocionalmente desconectada”
Un tema importante y que va más allá que únicamente el ámbito emocional es cuando los pacientes se auto etiquetan o auto diagnostican llevándolos a asumir ciertas problemáticas que en realidad no tienen y eso les puede generar muchas limitaciones en su día a día. Clarificar conceptos y modificar esas creencias será clave en el proceso terapéutico. He escuchado de varias pacientes la frase “me siento emocionalmente desconectada” para referirse a un periodo de su vida donde hay más calma y rutina, sin emociones fuertes ni altas dosis de dopamina. También lo pueden usar para referirse a un periodo en el que no se está tan social. Estos dos casos no tienen nada que ver con estar emocionalmente desconectada, sino que es la interpretación errónea que ha hecho la paciente de su problemática. Alguien que está emocionalmente desconectado se comporta con desapego y falta de empatía hacia uno mismo o hacia los demás. Tiende a invalidar o a confundir los sentimientos y demuestra incapacidad para reaccionar y para tomar decisiones coherentes. Poder detectar qué sentimos de manera específica e identificarlo será la mejor estrategia de afrontamiento.
Como conclusión, hay múltiples aspectos que se tienen que abordar con los pacientes para hacer un buen trabajo emocional. El primero, y desde la psicoeducación, entender para qué sirve cada emoción y qué función está haciendo en la vida de esa persona en concreto. Desestigmatizar ciertas emociones y reformular las creencias que los pacientes pueden tener será clave en el proceso. Además, cuando surja una emoción, tanto en sesión como en la vida, será muy importante tomar consciencia de lo que verdaderamente se está sintiendo, ponerle nombre y ayudar a que esa emoción se exprese y se libere. Entrar en contacto con ella es la única vía para su disolución.